No es raro escuchar la preocupación, la angustia y el enojo por diferencias en el ritmo sexual de las parejas. Incluso me atrevería a decir que es poco frecuente que exista una coincidencia total en ese tema. Tal es así que la pregunta por la normalidad en este y otros tantos aspectos de la sexualidad, es permanente en mi consulta y en redes sociales. Pero claro, a veces la diferencia es tan grande que resulta difícil evitar la sensación de insatisfacción. También tenemos que decir que algunas parejas tienen un estilo de comunicación que favorece la comprensión acerca de lo que les ocurre, y encuentran mecanismos de solución o compensación. Por otro lado, el deseo sexual presenta fluctuaciones que obedecen a muchas causas, tanto de la persona, de sus circunstancias de vida y, por supuesto, de su relación de pareja. Probablemente mientras lees este artículo se te represente en tu mente la típica imagen de la mujer esquivando el acto sexual, y el hombre persiguiéndola. Sin embargo, cada vez vemos más en nuestra consulta el caso de la mujer con más deseo, y a su vez su pareja siente un impulso sexual más bajo.
El problema es cuando esa diferencia de termostato sexual es marcada y permanente. Y como consecuencia aparecen distorsiones en relación a cómo vemos a nuestra pareja, que suelen canalizarse en rótulos a veces groseros, por ejemplo: “eres una frígida, nunca quieres hacerlo conmigo” o “eres un sexópata, no piensas en otra cosa que en eso”. Y a partir de ahí es poco lo que podemos construir como solución.
Por eso debemos evitar imponer parámetros de supuesta normalidad, como la idea de que en las relaciones estables de debe hacer el amor una vez al día, o tres veces a la semana. Cada pareja encuentro su ritmo, el que le resulta más satisfactorio, y siempre considerando que diferentes factores pueden alterar circunstancialmente el deseo: el stress, problemas de pareja, una situación de duelo, problemas económicos, enfermedades médicas o psicológicas. Cuando la diferencia se siente, lo primero que tenemos que hacer es comprender al otro, ponernos en su lugar, y no juzgar ni prejuzgar. A partir de ahí podemos pensar en soluciones: alternativas de satisfacción sexual que no impliquen coito (como la masturbación o el sexo oral) de modo tal de no presionar a la pareja, pero a la vez la otra parte tiene una cierta satisfacción de su impulso sexual; reforzar la intimidad y los momentos compartidos como para que se estimule el deseo; dialogar acerca de juegos eróticos o cambios en el repertorio erótico que podrían aumentar la motivación sexual.
Si el malestar por esta situación persiste y estos consejos no han sido suficientes, el próximo paso es la consulta al especialista en sexualidad. Una primera medida puede ser la orientación y asesoramiento profesional, aunque quizás sea necesario hacer algunas pruebas psicológicas y médicas para confirmar el diagnóstico y, si fuera necesario, planificar un tratamiento específico.